“De la andante rufianería”

Ciudad de México (apro).- Pues sí, estimado lector de la presente, sin saber ni cómo ni de dónde, tuve ante mí la presencia de una figura de desgarbada rusticidad, cubierta del polvo de los caminos y oliendo a sudores mal lavados. En principio no logré identificarlo, ya que lo sorprendente de su aparición me dejó con el ánimo en suspenso, pero pronto lo identifiqué al ir escuchando estas sus siguientes palabras:

“Grande es mi ignorancia, pero no soy tonto; tengo la sabiduría suficiente para admitir, de principio, que el caballero al que sirvo de escudero, puede ser visto y tomado como un ser extravagante, estrafalario; sí, es cierto, y digo más: reconozco que ha perdido el seso, y con ello el poder mirar con los ojos las apariencias de lo que nos rodea, de ahí que sus pensares, palabras y obrares sean difíciles de comprender, pero me niego a que sean, como argumentan sus críticos, las lógicas expresiones de una degradada criatura humana, y por lo tanto encarnación, símbolo de la tontería y de la estupidez a que puede llegar el humano cuando no se rige por la razón. No lo admito, pues si loco es, su locura es la de querer hacer un mundo mejor del que vivimos. ¿Por qué su locura le hace interpretarlo muy a su modo? Pues no. Sus razones tiene, que usted, estimado lector, es libre de juzgar si están en lo cierto o no; pero antes, por favor, lea qué dice, y dice bien a mi parecer; que él nació “por querer el cielo, en esta edad de hierro para resucitar en ella, la Dorada o de Oro”. ¿Y es locura querer enderezar lo torcido? Porque no se puede negar que torcido, y mucho, hay en esta edad de hierro en que vivimos, en ella existen más de la cuenta “… los artificiosos rodeos de palabras para encarecer los conceptos. Existe el fraude, el engaño y la malicia mezclándose con la verdad. La justicia no está en sus propios términos ni a salvo de que los osados la turben con sus ataques y la ofendan los del favor y los del interés, que tanto la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje se ha asentado en el entendimiento del juez… y las doncellas (las mujeres en general)… siguen con el temor de que la ajena desenvoltura y el lascivo intento las menoscaben… y andando más los tiempos y creciendo más la malicia, es que se instituyó la andante caballería, para defender a las doncellas, amparar a los huérfanos y socorrer a los menesterosos”, como señaló mi señor en su discurso a los cabreros. A esto hay que añadir que con eso del “andar del tiempo”, ha crecido tanto la malicia, que la cínica corrupción, abrigada y hasta protegida y alentada por la impunidad, es palanca para beneficio de desaprensivos, de villanos sin conciencia que, por así decirlo, en oposición a la andante caballería, integran “la andante rufianería” del llamado posmodernismo de la edad de hierro en que sudamos por nuestro trabajo la mayoría de los humanos. Eso cuando se le tiene, que cuando no, no queda más que la angustia por encontrarlo o la desesperación de no obtenerlo. Siendo quien soy, no lo sería si no me indignara y permaneciera con la boca cerrada ante las sinrazones de las razones de los críticos que ven y exhiben a mi señor como una lamentable y ridícula caricatura de la andante caballería, como un bobo creyente de la Edad de Oro, de la que, a propósito, es bueno recordar y no olvidar que H. J. Massingham ha dicho: “Y hay aquella Edad de Oro que intermitentemente ha existido a través de toda la historia de la civilización, ya como leyenda poética, ya como modelo ideal o como enérgico impulso para reconstrucción del edificio social y aliento del corazón humano”. Ante esta manera de ver y explicar a la Edad de Oro, usted dirá si no vale más un loco partidario de la andante caballería que un avieso, vil integrante de la andante rufianería. ¿Qué me contesta? Por mi parte digo que sí, por lo que proclamo y sostengo que ¡viva para siempre y en todas partes mi señor Don Quijote!”



Adquiere una fotografía para ilustrar esta nota aquí