BUENOS AIRES (apro).- Brian Aguinaco tenía 14 años. Vivía con sus padres y su hermana en Buenos Aires. En las fotos que la prensa multiplica en estos días se lo ve casi tan alto como su padre, rubio igual que la madre, el cuerpo largo como un junco, naciendo a la vida adulta con expresividad algo seria mientras que el candor y la maravilla persisten en la mirada.
Brian Aguinaco iba a la escuela y jugaba al fútbol en Flores, un barrio de la capital en el que conviven comerciantes, clases medias y asentamientos precarios. Tenía una relación estrecha con su abuelo Enrique. Éste conducía el VW Polo gris que lo traía de la peluquería, alrededor de las tres de la tarde del 24 de diciembre, mientras la familia se preparaba para festejar la Nochebuena.
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