CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Lo que vivimos en México en cuanto a asesinatos, desapariciones, tortura y corrupción, es espantoso. Pero lo es más ver que esa realidad se va volviendo parte de nuestra cotidianidad. Podemos hacer convivir nuestra vida diaria –trabajar, ir al cine, tomarnos unas copas con los amigos– con los crímenes más abyectos, como lo hizo la mayoría de los ciudadanos alemanes bajo el nazismo.
Ciertamente nos indignamos –aún las reacciones humanas no se han extinguido del todo–; somos incluso capaces –como sucedió en el caso del asesinato de mi hijo Juan Francisco y de sus amigos o de los muchachos de Ayotzinapa o el del asesinato de Javier Valdez– de unir nuestras fuerzas y salir a protestar y a buscar una solución. Pero pasada la catarsis, la mayoría vuelve a un estado de normalidad, diluyendo su indignación en la ilusión de que con los procesos electorales algo cambiará.
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