CIUDAD DE MEXICO (apro).- Se puede alabar e incluso exaltar todo lo que se quiera y guste a la llamada virtud de la obediencia, estimado lector de la presente, pero el de la firma opina y sostiene que mucho más se puede elogiar y ensalzar a la desobediencia, tenida y motejada por no pocos como vicio.

Este parecer, en modo alguna, no es un capricho sin sentido de servidor, sino que tiene sus buenas razones, fundadas todas ellas en el examen del significado de las dos palabras. Si se va al diccionario, él nos informa que el concepto obediencia, da y quita, hecho que pone al humano en una problemática entre su yo y lo social. El denominado “tumbaburros” especifica que la obediencia es someterse a una voluntad ajena y ejecutarla, ejemplo: “El soldado debe obedecer a sus jefes”. Igualmente, el diccionario nos dice que obedecer es estar sometido a una fuerza, ejemplo: “Los cuerpos obedecen a la gravedad”, y nos entera que obedecer es cumplir la voluntad de quien manda, cumplir por lo dispuesto por la ley o las costumbres y, por añadidura, señala que son sinónimos de la obediencia la docilidad, la sumisión, el servilismo. Esta problemática de la palabra obediencia es, en opinión del que suscribe la presente, la generadora de las inquietantes muchedumbres solitarias, de la anomia individual debida a la desorganización, a las contradicciones que pueden darse… y se dan… por ejemplo, en esta globalidad neoliberal en la que vivimos, que se dice igualitaria siendo profundamente clasista, pues en ella no es lo mismo nacer en una cuna con sábanas de seda, que hacerlo en un petate, estudiar en una escuela pública que en una privada de reconocido prestigio y buenos contactos, el tener o no tener dinero, o el ser o no ser integrante de la élite, es decir, pertenecer a la minoría que, en lo social, ocupa un lugar de privilegio por su riqueza, funciones de mando y control y, a veces, por su saber. Esa es la opinión de servidor, usted, estimado lector decide si estoy o no equivocado. ¿Qué me dice?