CIUDAD DE MÉXICO (proceso).– Andrés Manuel López Obrador usa una fórmula políticamente exitosa para gobernar. Edifica enemigos, identifica adversarios, denuesta a quienes lo cuestionan y los tilda de oposición. Son “conservadores”, buscan “poner trabas”, quieren que su gobierno fracase. Y en ese mismo saco de saboteadores ha colocado a la sociedad civil; ese extraño enemigo cuyo activismo allanó el camino para que su movimiento llegara a la Presidencia y al poder. Ese enemigo que no debería ser considerado como tal ya que suele estar asociado con demandas históricas de mayor libertad. Desde la Ilustración, pasando por Thomas Paine, Gramsci y Hegel, el concepto de “sociedad civil” denota un ámbito paralelo pero separado del Estado; un lugar donde los ciudadanos se organizan de acuerdo a sus propios intereses y deseos.
En México y en el mundo, la sociedad civil –heterogénea, variopinta y plural– ha impulsado transiciones democráticas, ha promovido el cambio político y social, ha abanderado causas que los partidos ignoran. Forma parte de esfuerzos históricos para profundizar y ampliar la democracia, la cual requiere instituciones autónomas para contener el poder del Estado mismo. Y eso es lo que motiva las siguientes reflexiones en su defensa:
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