Javier Sicilia
MÉXICO, D.F., 06 de octubre (proceso).- Los griegos, a los que por desgracia hemos olvidado, sabían que la fuente de toda tragedia es la desmesura, el querer ser como dioses. Quizás, en este sentido, el primer poema trágico habría que encontrarlo no en la pluma de Tespis o de Esquilo, sino en la Iliada (Siglo VIII a. de C.), un poema épico, es decir, un poema sobre la guerra, cuyo fondo, como lo mostró Simone Weil, es la desmesura de la fuerza. No la virtud de la fuerza, sino su corrupción en poder. Allí, la fuerza de la espada “un instrumento que desproporciona la fuerza humana y la corrompe” se convierte “en la fuerza que somete a los hombres, la fuerza frente a la cual la carne (“) se retracta”. Cegado por la fuerza de la que cree disponer, el ser humano, incluso el temible Aquiles, humilla, destruye y termina por sucumbir y curvarse ante ella convirtiéndose “en una cosa, en el sentido más literal del término. Allí había una persona, y un momento después”, sometida por esa fuerza, no queda nada; sólo un cadáver, un ser humano destrozado.
Adquiere una fotografía para ilustrar esta nota aquí