CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- El ataque masivo en una tienda de El Paso, Texas, ejecutado por un supremacista blanco –quien pocos minutos antes de cometerlo subió un manifiesto en redes sociales en el cual señalaba que era una respuesta a “la invasión hispánica de Texas”– ha sacudido a la opinión pública mundial. Esas palabras coinciden con la idea, promovida por el presidente Donald Trump, de una invasión desde la frontera sur de los Estados Unidos integrada por migrantes que llegan a violar, quitar empleos y destruir la identidad de los Estados Unidos. La tragedia de El Paso hace evidente la dimensión del daño que puede producir el discurso de odio que emana directamente de la Casa Blanca. Para el gobierno de López Obrador reaccionar ante lo ocurrido es un reto mayor para su política exterior.
Llevar a cabo una matanza en una ciudad en la que 80% de la población son hispanos, en su mayoría mexicanos, y en una tienda que en esos momentos estaba abarrotada de habitantes de la vecina Ciudad Juárez, hace de ese evento uno de los actos raciales más dolorosos en la historia contemporánea de los Estados Unidos dirigido específicamente hacia mexicanos.
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