De un mexicano común para el Presidente

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Escribo hoy sobre la entraña herida del país, al margen del aturdidor asunto boliviano provocado por manías reeleccionistas de funestas consecuencias para la democracia. Manías criticadas acertadamente por Elena Poniatowska, entre otros personajes. Con respeto, tristeza y coraje, en hora de luto por bebés, niños, mujeres, masacrados, calcinados, esto escribo Presidente. La exigencia de perdones está a la orden del día. Usted, titular del Ejecutivo, reiteradamente ha solicitado que España y a su santidad el Papa pidan perdón por los hechos de la Conquista. Se olvida que México es fruto del encuentro de indígenas y españoles.

Somos en esencia un pueblo mestizo que por regla habla el castellano y profesa la religión católica. Sin el concurso de los pueblos indígenas que estaban sometidos al yugo implacable de los aztecas, Cortés no habría triunfado y no existiría lo que hoy es México. En esa lógica de solicitar perdones, también habría que solicitar a los descendientes de los aztecas que pidieran perdón por el trato de esclavos y víctimas que dieron los ancestros a los pueblos vecinos, sobre todo en las sangrientas guerras floridas.



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