CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El domingo 1, apenas cumplidos 95 años, falleció en Managua el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal. Había nacido en la ciudad de Granada, como el poeta del modernismo Rubén Darío. En la misa de cuerpo presente que se ofició el martes 3 en la Catedral nueva de la capital del país centroamericano, irrumpieron para boicotearla grupos declarados sandinistas, y en el zafarrancho varios reporteros y fotógrafos resultaron agredidos y sus equipos arrebatados. Fue la secuela de una larga persecución contra Cardenal, ministro de Cultura del gobierno sandinista al triunfo de la Revolución, y más tarde opositor de Daniel Ortega –a quien impugnó por sus prácticas dictatoriales– que estuvo a punto de encarcelarlo. En la misa de cuerpo presente que le ofrecían familiares, amigos y seguidores, iba a leer un texto su colega y amigo Sergio Ramírez, pero la turba se lo impidió, e incluso el féretro fue sacado de la iglesia por una puerta lateral. El escritor, Premio Cervantes 2017, entregó a los lectores de Proceso, en exclusiva, sus palabras de adiós para una de las voces poéticas más grandes de la lengua española en nuestro tiempo. Son éstas.
Uno de los poemas que nunca olvido de Ernesto es aquel escrito en medio del silencio que fue a buscar al monasterio trapense de Getsemaní, Kentucky, cuando abandonó su juventud mundana en Managua, y que empieza:
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