CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Con la crisis del coronavirus habrá muchos decesos. Y uno de los más dolorosos será el provocado por el propio presidente. Decreto tras decreto y en nombre de la austeridad, Andrés Manuel López Obrador está matando al Estado mexicano, amputándole las piernas, cortándole las manos, extirpándole los órganos vitales. Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los artífices del paradigma neoliberal, seguramente aplaudirían el asesinato que está fraguando en Palacio Nacional. Los conservadores querrán izarlo en hombros por llevar a cabo el austericidio con el cual siempre han soñando, desde tiempos de Carlos Salinas.
Habrá quienes justifiquen este asesinato, aludiendo a los privilegios que se perderán y a los “altos funcionarios” que se castigarán. Habrá quienes celebren los recortes salariales y la pérdida de derechos laborales, sin entender que un subdirector dentro de la administración pública federal –afectado por los recortes anunciados– sólo gana 20 mil pesos al mes. Habrá quienes subestimarán el valor del Estado y su centralidad para la vida democrática. Creerán que nos deshacemos de una fuerza perniciosa, heredada del “modelo neoliberal”, y celebrarán su defunción. Se sumarán jubilosos a la cruzada antiestatista del presidente, sin comprender que el Estado provee servicios que el sector privado no puede ni quiere cubrir. La salud, la educación, el transporte, la protección de derechos, los programas para las mujeres y tantos rubros más, ahora eliminados, ahora en riesgo. El Estado mexicano a diario enfrenta y lidia con una multiplicidad de temas administrativos que tienen poco que ver con la ideología política.
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