CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Dostoievski pensaba que ninguna nación podía existir sin una idea sublime. Lo parafraseo en alusión a las comunidades nacionales que han forjado Estados incluyentes, libres y prósperos. Y agrego que, como escribí alguna vez, solo quien concibe su propia cima de grandeza puede aspirar a escalarla. Pero aclaro: concebirla es mucho más que soñarla. Nadie puede llegar a esas alturas y gobernar sin proyecto y estrategia coherentes, es decir, sin un conjunto de fines y medios planeados y articulados meticulosamente y con visión de largo plazo.
Esto es lo que le hace falta al presidente López Obrador. Proyecta en su cuarta transformación un México post neoliberal, pero carece de los planos y el andamiaje estratégico para construirlo. Es difícil, por cierto, elaborarlos a partir de la ambivalencia: en la 4T hace suyos algunos puntos del “consenso de Washington” –la disciplina fiscal y el libre comercio, de entrada– y al mismo tiempo repudia otros, empezando por la privatización, y muy especialmente la del sector energético. Por una parte descalifica anecdóticamente al neoliberalismo sin explicar qué significa para él y sin confesar que en la praxis adopta algunos de sus postulados, y por otra omite la descripción específica del modelo que reemplazaría al neoliberal. Tampoco precisa, más allá de lo que puede interpretarse de sus decisiones casuísticas y sus acciones cortoplacistas, cómo va a instrumentar una política económica heterodoxa en medio de un sistema financiero global diseñado para castigar el alejamiento de la ortodoxia.
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