CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Imposible no percibir el descontento de López Obrador con la derrota de Trump y el triunfo de Biden. Difícil no notar la admiración al primero y la animadversión al segundo. La efusividad de la carta que AMLO le envió al presidente que se va y la frialdad de la carta que finalmente mandó al presidente electo que llega. Con Trump, el ocupante de Palacio Nacional había logrado forjar un modus vivendi que le resultaba funcional. Trump exigía y AMLO cedía. Trump presionaba y AMLO se doblaba. A lo largo de los últimos dos años dejó de ser candidato que cuestionaba al xenófobo, racista y antiinmigrante; se convirtió en el presidente que lo alababa. Y a cambio, Trump dejó que su contraparte hiciera lo que quisiera, sin cuestionarlo siquiera. Pero ahora se abre una nueva etapa en la relación bilateral, posiblemente más conflictiva y más confrontacional. Con Trump, AMLO fue una seda; con Biden se está comportando como un puercoespín.
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