CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Al soltar los primeros nombres desde su trono mañanero, el presidente López Obrador inició formalmente la carrera por la candidatura presidencial de Morena. Su incondicional número uno, la jefa de gobierno, sigue siendo favorita, pero la debacle en CDMX la debilitó y obligó a AMLO a meter varios caballos negros al arrancadero. Todo indica, además, que dejará correr al “condicional” puntero, el canciller, para no perder al funcionario más eficaz de su equipo. Sabe que quedó lisiado por el golpe del peritaje sobre la Línea 12 del Metro –que dictaminó vicios de construcción como causa de la tragedia– y que en esas condiciones no podrá ganar ni contender por otra cuadra.
No es ese, sin embargo, el tema que me ocupa esta vez. Me limitaré a advertir que, adepto como es a las anécdotas de Ruiz Cortines, AMLO actuará con socarronería: hará fintas, probará lealtades, gambeteará con diversos nombres. En lo que no habrá engañifas es en su determinación de irse con todo contra sus adversarios de cara al 2024. Y es que, si bien el pasado 6 de junio el electorado diversificó su voto con tal complejidad que, salvo los que perdieron el registro, todos los partidos se pueden considerar ganadores según la faceta de los resultados que se privilegie, el hecho es que contra todos los pronósticos prevaleció la narrativa de triunfo de los opositores y no la de AMLO. Por eso el presidente está tan enojado y por eso ha redoblado sus catilinarias, lanzando un alud de insultos mal disfrazados de sarcasmos a “los conservadores”. Su escarnio sería penoso –nada es más grotesco que una ironía fallida– si no fuera preocupante. Echará sobre ellos “todo el peso del Águila”.
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