CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La carta de Benedicto XVI, Papa emérito, en la que pide perdón por los abusos sexuales contra menores de edad es trágicamente insuficiente. Ante los señalamientos de su comportamiento omiso cuando fue arzobispo de Múnich, su mensaje se queda muy corto. El perdón, las disculpas y la vergüenza son recursos erosionados. A fuerza de repetirlos desde Juan Pablo II, ya no dicen nada, no conmueven; por el contrario, evocan la impunidad que la Iglesia ha ejercido frente a las numerosas denuncias de víctimas.
Es cierto que la crisis mediática de la pederastia clerical estalla con fuerza bajo el pontificado de Joseph Ratzinger. La Iglesia católica fue severamente exhibida por la opinión pública mundial. Años después, en el libro Conversaciones finales (2016), Benedicto XVI reconoció con su biógrafo oficial, Peter Seewald, que los escándalos de pederastia fueron el mayor tormento de su pontificado. El Papa emérito enfrenta a sus 94 años un duro juicio de la historia.
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