CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Apreciado lector de la presente: hay que admitir que es una verdad cierta que a los humanos les ha preocupado (y preocupa) el futuro de sus vidas como lo que les ocurrirá a su muerte. Ese interés, según estudiosos del tema, en mucho es generado por el miedo, que tiene por causa la ignorancia, el no saber, o la duda de si el porvenir les será propicio, benéfico o malévolo.
Esa inquietud por el mañana va unida a la innata curiosidad y a la constante aspiración de querer ser el dueño de su destino y a la angustia debida a la inseguridad de no conseguirlo, nudo de contracciones que aprieta, ahoga y, en casos, deja sin aliento a las mismas, dejando que la humana criatura se extravíe por los caminos en la búsqueda de oscuros poderes que le dieran (y sigan dando) una esperanza o al menos un conocimiento previo de lo que va a ocurrir en los mañanas de su vida y así, en lo posible, tener la oportunidad de saber qué hacer en el hoy en que transcurre las mismas; esa necesidad de prever su futuro ha llevado (y sigue llevándolo) al humano a nuevas dimensiones en su existir, y a nuevas actividades; en el pasado, a las de magos, brujos, profetas, videntes, nigromantes, cabalistas, etcétera, que han producido no pocas desgracias, tanto a los que las han ejercido como a los que creyeron en sus dichos, como fue el creer a la serpiente que serían como dioses si comían el fruto del árbol del bien y el mal. El resultado, por todos es conocido.
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