AMECAMECA, Edomex (proceso).- Cuando sintió la ensañada rascadera de la tierra y vio que las paredes de adobe de su casa se trozaban como piñata, a Yael se le montó un susto de esos que explotan como cohete desmechado y que exprimen el alma sin aviso, como cuando se tienta uno el pantalón y se encuentra una víbora en la pierna.
Días después, al pie de los destrozos de lo que había sido su vivienda, cuando la emergencia por el sismo se había adormilado, una vez rescatados el puñado de triques y muebles desvencijados que con intensas dosis de acicaladas pudieran salvarse del basurero, el abuelo Adrián Juárez López entendió que su nieto Yael seguía sin poder gobernar sus temblorinas y decidió liberarlo de ese abusivo y traicionero terror que lo tenía secuestrado.
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