Ciudad de México (apro).- Nada más verlas invadía un miedo paralizador.
No era para menos; a ustedes, amable lectora y/o estimado lector, seguro que les pasaría lo mismo si, al doblar la esquina de una calle, en una noche obscura, negra y sin estrellas, vieran a un grupo de mujeres de edad indefinida, de abundantes cabellos sueltos y revueltos con serpientes, ojos inyectados en sangre, de negras y flotantes túnicas, llevando en una mano una antorcha encendida y un puñal o un látigo en la otra, avanzando hacia ustedes, con la intención de agredirlos con la antorcha, el puñal o el látigo.
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