CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 2024 ya está aquí. Domina la imaginería del inefable círculo rojo, que vislumbra y discurre escenarios de la elección del próximo presidente de la República. Es difícil encontrar algo que diga o haga Andrés Manuel López Obrador, sus colaboradores y adeptos o la dirigencia de Morena que no contenga un cálculo de cara a la sucesión presidencial, y algo similar puede decirse de la oposición partidaria y empresarial a AMLO, que prácticamente no da un paso sin tener en mente el objetivo de derrotarlo. Estrategias, tácticas y sobre todo nombres se barajan de uno y otro lado. Con una diferencia: del lado oficialista casi todo está definido y por ello la dosis de incertidumbre es mínima, mientras que del lado opositor persisten bastantes incógnitas.
AMLO tiene una hoja de ruta que trazó hace años y que ha sostenido contra viento y pandemia. Y es que lo que él llama perseverancia es, en realidad, obcecación e inflexibilidad. Pese a crisis y contingencias sigue por ese camino, sin modificar un ápice la trayectoria. Por eso aún está en el lugar de siempre –diría el clásico de Ciudad Juárez–, en la misma ciudad y con la misma gente. El plan de navegación de las oposiciones, en cambio, no está tan claro. No se ha confirmado qué partidos contenderían solos y cuáles, en su caso, formarían una alianza. Menos se sabe quiénes serían los precandidatos. Y el proyecto de nación que presentarían al electorado para competir con la 4T es, por lo menos para mí, un misterio. Si bien en la condena a la restauración autoritaria y la defensa de los equilibrios democráticos sobran coincidencias discursivas entre los potenciales aliados, en los ámbitos de política económica y política social no se vislumbran propuestas alternativas. Porque dentro del espectro opositor, contra lo que pregona AMLO, coexiste una considerable diversidad ideológica. Cierto, hay algunos que confirman el estereotipo de las mañaneras: repudian cualquier subsidio redistributivo, en vez de forjar un Welfare State quieren regresar al Estado guardián, defienden el trickle-down economics con sus privilegios fiscales a las grandes empresas y a los más ricos (lo contrario, dicho sea de paso, forma parte del repertorio retórico obradorista, aunque en los hechos está muy lejos de concretarse). Pero también hay democristianos, liberales (sin el “neo”) y socialdemócratas por convicción y conocimiento de causa o por simple (y certera) intuición.