La visión pre neoliberal de AMLO

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Dostoievski pensaba que ninguna nación podía existir sin una idea sublime. Lo parafraseo en alusión a las comunidades nacionales que han forjado Estados incluyentes, libres y prósperos. Y agrego que, como escribí alguna vez, solo quien concibe su propia cima de grandeza puede aspirar a escalarla. Pero aclaro: concebirla es mucho más que soñarla. Nadie puede llegar a esas alturas y gobernar sin proyecto y estrategia coherentes, es decir, sin un conjunto de fines y medios planeados y articulados meticulosamente y con visión de largo plazo.

Esto es lo que le hace falta al presidente López Obrador. Proyecta en su cuarta transformación un México post neoliberal, pero carece de los planos y el andamiaje estratégico para construirlo. Es difícil, por cierto, elaborarlos a partir de la ambivalencia: en la 4T hace suyos algunos puntos del “consenso de Washington” –la disciplina fiscal y el libre comercio, de entrada– y al mismo tiempo repudia otros, empezando por la privatización, y muy especialmente la del sector energético. Por una parte descalifica anecdóticamente al neoliberalismo sin explicar qué significa para él y sin confesar que en la praxis adopta algunos de sus postulados, y por otra omite la descripción específica del modelo que reemplazaría al neoliberal. Tampoco precisa, más allá de lo que puede interpretarse de sus decisiones casuísticas y sus acciones cortoplacistas, cómo va a instrumentar una política económica heterodoxa en medio de un sistema financiero global diseñado para castigar el alejamiento de la ortodoxia.

Con México no se juega

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso). – Existen dos tipos de “justicieros”: los que buscan acabar con la injusticia y los que pugnan por invertirla. Unos procuran poner fin a la discriminación e instaurar un orden justo para todos; otros desean que la víctima trueque en victimario en tanto se empareja el marcador.

En el primer caso predomina la razón de la generosidad (la sensatez que reconoce que las culpas no se heredan y que allana el camino a la paz). En el segundo caso impera la sinrazón de la venganza (la insensatez de acumular rencor y de instaurar la doctrina del ojo por ojo y su ceguera colectiva).

Muerte a la intemperie

La humanidad ha progresado mucho pero su endeblez no se ha dado por enterada. Los avances médicos permiten curar enfermedades que hace unas décadas diezmaban poblaciones, la gente vive ahora más y mejor que antes y, sin embargo, cada cierto tiempo aparece un nuevo virus que nos sojuzga y nos recuerda nuestra vulnerabilidad y nuestra finitud.

La soberbia de quienes se jactan de haber “dominado” a la naturaleza se agazapa en espera de que pase el peligro. La cima de la pirámide social es envuelta por nubarrones de desamparo; también las élites se descubren frágiles, indefensas ante la muerte.

El (prematuro) ocaso de la 4T

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- La Cuarta Transformación, según el presidente López Obrador, es un nuevo régimen cuyas prioridades son el combate a la corrupción y a la desigualdad. Yo creo que no se trata en rigor de un cambio de régimen –no hay un arreglo constitucional para transitar del presidencialismo al parlamentarismo o, por ahora, del federalismo al centralismo– sino de un cambio en el estilo personal de gobernar. Voluntarista y autocrático, proclive a supeditar las políticas públicas a la resolución casuística de problemas, AMLO no alude en la vertiente ética de la 4T al Sistema Nacional Anticorrupción, al que ve como un elefante blanco, ni a su deber de llevar a la justicia a su predecesor por el saqueo a México, lo cual evade; sólo habla de su voluntad de no solapar corruptelas en su mandato. Y en la faceta igualadora incorpora una serie de programas sociales, esos sí consagrados ya en la Constitución.

En acciones de gobierno, la 4T es también su política energética y sus ambiciosos proyectos de obra pública. En el primer caso están los esfuerzos por capitalizar a Pemex, incrementar su capacidad de refinación y volverla a hacer palanca de desarrollo, así como el fortalecimiento de la CFE. El segundo incluye la refinería de Dos Bocas –parte de la agenda petrolera–, el tren maya, el aeropuerto de Santa Lucía y el corredor transístmico. Pues bien: a juicio mío, estamos ante el prematuro ocaso de la 4T. No me refiero a los subsidios para los pobres ni al combate a la corrupción –que no requiere más que el capital político de AMLO y que, al contrario, debería ampliarse para resarcir el daño hecho por corruptos de sexenios anteriores– sino a la centralidad de Pemex y a las obras de infraestructura, que serán incosteables dada la inminente recesión o depresión económica.

Cambiemos el futuro

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- La infiel dama de compañía del pensamiento occidental es el progresismo unilineal. Ha acompañado a una legión de pensadores, de Protágoras y su sofismo individualista a Marx y su materialismo colectivista, pasando por Condorcet y varios más, y de vez en vez se repliega frente al pesimismo rebelde. Presupone dos cosas: 1) hay un plan en la historia y solo hay que descifrarlo para atisbar la tierra prometida; 2) la humanidad avanza en línea recta y ascendente, escalando de un estadio inferior a otro superior hasta llegar al cenit. A su vez, tal concepción del progreso tiene dos implicaciones dañinas: 1) el futuro no es “inventable”; 2) hay un único camino que todos los pueblos han de recorrer. Y es que el determinismo, una vez desplegado, mata la vena creadora, y la “unilinealidad” usa una misma vara para medir a las distintas civilizaciones y sirve así para disfrazar la explotación colonial de redención civilizatoria.

El año que termina –acaso la década– es uno de esos espasmos de rebeldía pesimista. Recientemente hubo dos, en 1848 y 1968, con Spengler en medio. Los optimistas se topan con una resaca de indignación. Algo extraño ocurre en esos momentos históricos que hace que el deslumbrante mundo que presumen las élites, siempre mejor que los anteriores, resulta de pronto repulsivo para las mayorías. La desigualdad en alguna de sus manifestaciones es la constante. No deja de ser paradójico, por cierto, que antes de internet haya habido movilizaciones sorprendentemente afines en lugares inconexos mientras que hoy las protestas globales estén desarticuladas.

Si AMLO hubiera sido presidente…

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).– Siempre me han atraído los ensayos de historia contrafactual. Se pueden abrir disquisiciones fascinantes: ¿qué habría sucedido si los girondinos hubieran ganado la revolución francesa, o los mencheviques la rusa?; ¿cómo habría sido el siglo XX mexicano si Porfirio Díaz no hubiera buscado su última reelección en 1910 y su sucesor hubiera sido Bernardo Reyes? Permítaseme, pues, hacer aquí una especulación sobre nuestro pasado reciente en torno a una pregunta: ¿qué habría ocurrido si Andrés Manuel López Obrador hubiera sido presidente del 2006 al 2012? Van mis conjeturas.

Para empezar, estoy seguro de que AMLO no habría emprendido la “guerra contra el narcotráfico” que declaró Felipe Calderón y que tanto daño le ha hecho a México (una estrategia que, dicho sea de paso, critiqué en su momento en varios de mis artículos). Ni cree en ella ni la habría necesitado para legitimarse. Y es probable que la actual política de seguridad de AMLO, que a mi juicio es inadecuada para contrarrestar la violencia epidémica que nos desangra, habría dado mejores resultados en las condiciones de entonces. Es lógico pensar que el antídoto de becas y programas sociales contra la cooptación de jóvenes y de familias enteras por parte del crimen organizado, que hoy parece tardío e insuficiente, habría sido más eficaz cuando la base social de la delincuencia no estaba aún tan extendida y enraizada. De hecho, no es aventurado afirmar que una pacificación con un mínimo uso de la fuerza habría sido más viable antes que ahora. Por eso creo que en este y otros sentidos AMLO llegó tarde a la Presidencia. Huelga explicar que, salvo un par de errores que cometió, la culpa no es suya: lo pararon a la mala.