La seda y el puercoespín

 

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Imposible no percibir el descontento de López Obrador con la derrota de Trump y el triunfo de Biden. Difícil no notar la admiración al primero y la animadversión al segundo. La efusividad de la carta que AMLO le envió al presidente que se va y la frialdad de la carta que finalmente mandó al presidente electo que llega. Con Trump, el ocupante de Palacio Nacional había logrado forjar un modus vivendi que le resultaba funcional. Trump exigía y AMLO cedía. Trump presionaba y AMLO se doblaba. A lo largo de los últimos dos años dejó de ser candidato que cuestionaba al xenófobo, racista y antiinmigrante; se convirtió en el presidente que lo alababa. Y a cambio, Trump dejó que su contraparte hiciera lo que quisiera, sin cuestionarlo siquiera. Pero ahora se abre una nueva etapa en la relación bilateral, posiblemente más conflictiva y más confrontacional. Con Trump, AMLO fue una seda; con Biden se está comportando como un puercoespín.

El general sí tiene quien lo salve

 

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Detrás de la operación “Sálvenle el pellejo a Cienfuegos” queda claro quién manda en México. Detrás de la insólita devolución del general arrestado se asoma la verdadera correlación de fuerzas dentro del país. El retorno del exsecretario de Defensa es una demostración del poder del Ejército, un triunfo personal de Marcelo Ebrard, y constata la “relación especial” entre López Obrador y Trump. Lo que se vio fue una negociación política de alto nivel, al margen de la ley, fuera de la institucionalidad y sin precedentes en la relación bilateral. Un auténtico arreglo entre cuates, con un toma y daca en el que no queda claro quién chantajeó y quién cedió. Lo único absolutamente claro es que las Fuerzas Armadas presionaron y el presidente reaccionó para complacerlas.

Trumpismo y lopezobradorismo: lecciones de Donald para Andrés Manuel

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Por más que patalee y provoque y tuiteé, es poco probable que Donald Trump logre quedarse en la presidencia. Por más que insista en litigar y judicializar y movilizar a su base electoral, se verá obligado a abandonar la Oficina Oval. Una elección reñida, pero en la cual Joe Biden ha logrado imponerse, sacará al Polarizador en Jefe del poder. Pero eso no significa que el trumpismo haya terminado. Sigue vivo y presente entre los millones de votantes que acudieron a las urnas a refrendarlo. Ahí están, gritando, denunciando, vociferando su descontento con el desenlace electoral y desconociéndolo. El fervor de sus fieles demuestra un fenómeno inquietante: Trump no fue un accidente o una aberración. La contienda de 2016 que lo empoderó no fue un evento extraordinario, sino representativo del país en el cual Estados Unidos se ha convertido. Casi la mitad del electorado examinó los últimos cuatro años y no los rechazó. Votó por extenderlos. Votó para validarlos.

Y esa legitimación a Trump deja tras de sí una nación dividida en dos. Los estados rojos en manos de los republicanos y los estados azules dominados por los demócratas. Biden en control de la presidencia pero sus opositores en control del Senado. Un partido que apenas logra ganar la presidencia y un partido que se dedicará a sabotearla. Una población multicultural, profesional y globalizada, enfrentada a otra que no se percibe ni quiere ser así. Los Millenials contra “Make America Great Again”. Y, como ha argumentado George Packer en The Atlantic,­ parecería que decenas de millones de republicanos quieren más a Trump de lo que quieren a la democracia. Porque Trump es muchas cosas, pero su comportamiento ha demostrado que no es un demócrata. Lleva cuatro años rompiendo reglas, atacando contrapesos, desmantelando instituciones, violando leyes. Ha ejercido un estilo personal de gobernar basado en la promoción del odio, la arenga al adversario, la promesa de la restauración jamás acompañada de un proyecto para el progreso.

El cuento del combate a la corrupción

 

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Desde el púlpito más poderoso del país, el presidente de México aseguró que los científicos eran unos “ladrones”. Afirmó que quienes defienden los 109 fideicomisos extinguidos defendían la corrupción. Encomendó a la directora del Conacyt, María Elena Álvarez Bullya, la tarea de armar una presentación que exhibiera la corrupción generalizada que se dio en ellos. Logró que la mayoría morenista en el Poder Legislativo los extinguiera. Y quienes le creen sin chistar o verificar, celebraron el triunfo de los buenos sobre los malos, la victoria de los impolutos sobre los manchados, el golpe que la “Cuarta Transformación” le dio a todos los mamadores de la malversación. Compraron el cuento que el presidente les vendió, sin percibir siquiera que se volvería una novela de policías abusivos y bandidos imaginarios.

La Cuarta Purificación

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Decía Orwell, y con razón, que “si la libertad significa algo, significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”. El derecho a criticar, disentir y debatir sin represalias por parte del poder. Y cuando esa libertad se ve asechada, hay que defenderla, pero no selectivamente. Hay que defenderla siempre, trátese de quien se trate. Alzar la voz ante la censura, como yo lo he hecho desde hace años en el caso de Carmen Aristegui, en el caso de Gutiérrez Vivó, en el caso de Lydia Cacho, en el caso de tantos periodistas más agredidos por el gobierno en turno. Ser demócrata implica señalar cualquier abuso de poder, aun cuando se trate del presidente y del proyecto por el cual voté, con la esperanza de corregir una transición trunca y enderezar el rumbo perdido. Ser demócrata no implica la lealtad incondicional ni la defensa de lo indefendible. Porque voté por Andrés Manuel López Obrador y la expectativa de cambio que engendró, mi derecho y mi obligación es mantener alta la vara de medición y no permitir acciones y decisiones que jamás hubiéramos tolerado de sus predecesores.

El hecho de que encabece lo que llama un “cambio de régimen” o una “Cuarta Transformación” o una “revolución de las conciencias” no debe otorgarle la capacidad de usar su poder de forma abusiva o antidemocrática. Y AMLO está abusando de su poder. Abusa cuando gobierna por decreto, saltándose los límites constitucionales como lo ha hecho para militarizar aún más a México. Abusa cuando politiza y partidiza las instituciones, como lo ha hecho con la CNDH y los órganos concebidos para ser autónomos. Abusa cuando utiliza el aparato del Estado para perseguir a quienes percibe como adversarios, mientras cierra los ojos ante la corrupción dentro de su propio gobierno. Y abusa cuando utiliza el púlpito más poderoso del país para descalificar, acusar, difamar o, como lo ha señalado Sara Sefchovich, “meter a todos los críticos en el mismo saco”.

“Presidencialismo performativo”

 

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Todo el evento es un magnífico montaje. En un enorme hangar de dimensiones descomunales, el avión presidencial es expuesto como un símbolo de los excesos del pasado. Parado frente a él, y minúsculo en contraste, Andrés Manuel López Obrador dedica una conferencia mañanera a mostrarlo de nuevo, en todo su terrible esplendor. Los periodistas pasean por su pasillo central, constatan los lujos, toman fotografías de las sábanas y las toallas. Y el presidente se vuelve el maestro de ceremonias, el atizador de los agravios, el removedor del rencor. En campaña permanente, se encarga de recordar por qué ganó y tantos indignados lo apoyaron. La aeronave es un insulto al pueblo de México, y tiene razón. Pocos objetos engloban una era de derroches como el Dreamliner que tanto costó y tanto sigue costando. El avión ilustra la portada de un panfleto político. Agitprop puro.

AMLO y Trump: cumbre de cuates

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso). – “¿Qué es un amigo?”, preguntaba Aristóteles, y ofreció la respuesta: “una sola alma habitando dos cuerpos”. Como AMLO y Trump celebrando su cumbre de cuates a pesar de las críticas en México y el desconcierto del Partido Demócrata en Estados Unidos.

Como dos presidentes con mucho en común, solos contra el mundo, impasibles ante la realidad, vinculados por sus temperamentos y su estilo de gobernar.

AMLO y Trump: Cumbre de cuates

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- “¿Qué es un amigo?”, preguntaba Aristóteles, y ofreció la respuesta: “Una sola alma habitando dos cuerpos”. Como AMLO y Trump celebrando su cumbre de cuates a pesar de las críticas en México y el desconcierto del Partido Demócrata en Estados Unidos. Como dos presidentes con mucho en común, solos contra el mundo, impasibles ante la realidad, vinculados por sus temperamentos y su estilo de gobernar. El estadunidense usando al mexicano, y el mexicano dejándose utilizar por las afinidades electivas que comparten, los estilos que utilizan, la forma de hacer política que promueven. Ambos son producto de democracias descompuestas y sociedades desiguales, de ciudadanos desilusionados e instituciones disfuncionales. Ambos llegaron al poder montados sobre la ola del rencor que continúan explotando. Y a partir de ese entendimiento fundacional han forjado una relación inusual. Por eso, ahora que Trump busca reelegirse, López Obrador se apresta a ayudarlo.

AMLO va a Washington porque su amigo se lo pide. No importa que el ocupante de la Oficina Oval haya vilipendiado, humillado, perseguido, deportado o encarcelado a miles de compatriotas. No importa que haya forzado al gobierno mexicano a negociar un nuevo tratado de libre comercio sobre las rodillas, con concesiones insólitas y candados contraproducentes. Desde el inicio de su Presidencia, López Obrador tomó la decisión de apaciguar a Trump en vez de pelearse con él. Ha guardado silencio sobre su racismo rampante y su antimexicanismo intolerante. Ha callado lo que muchos otros jefes de Estado han denunciando. Está dispuesto a tomarse la foto al lado de un líder repudiado internacionalmente, porque a él lo necesita electoralmente. Trump presumirá lo que obligó a México a hacer, y AMLO permitirá que se salga con la suya. Sacrificará la dignidad en aras de mantener la civilidad. Recibirá palmadas en la espalda o quizás estocadas verbales, pero es el juego que aceptó jugar, el riesgo que está dispuesto a correr.

El presidente que amaba a los pobres

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso). – Nadie como Andrés Manuel López Obrador conoce la pobreza del país. Nadie como él ha recorrido las rancherías y los pueblos y las zonas más marginadas. Nadie como él entiende y sufre la desesperanza que se respira ahí. El México de los de abajo, ignorado, despreciado, ocultado. El México habitado por una subclase permanente de 52 millones de personas, muchas de las cuales no tienen dinero suficiente al día para comer.

Los sobrevivientes de un sistema económico y político que no ha funcionado para ellos, con avances y logros infinitesimales ante la inmensidad de los retos. Sexenio tras sexenio, gobierno tras gobierno, 30 años ostensiblemente combatiendo la pobreza que persiste, tercamente. No sorprende que haya ganado un político que prometió ponerlos primero. Sí sorprende que una vez en el poder, no se aboque a protegerlos.

El presidente que amaba a los pobres

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Nadie como Andrés Manuel López Obrador conoce la pobreza del país. Nadie como él ha recorrido las rancherías y los pueblos y las zonas más marginadas. Nadie como él entiende y sufre la desesperanza que se respira ahí. El México de los de abajo, ignorado, despreciado, ocultado. El México habitado por una subclase permanente de 52 millones de personas, muchas de las cuales no tienen dinero suficiente al día para comer. Los sobrevivientes de un sistema económico y político que no ha funcionado para ellos, con avances y logros infinitesimales ante la inmensidad de los retos. Sexenio tras sexenio, gobierno tras gobierno, 30 años ostensiblemente combatiendo la pobreza que persiste, tercamente. No sorprende que haya ganado un político que prometió ponerlos primero. Sí sorprende que una vez en el poder, no se aboque a protegerlos.

Lo hace en el discurso, lo hace en la escenografía de las giras, lo hace en los videos que tuitea, lo hace en la narrativa antineoliberal que disemina desde la mañanera. Pero las políticas públicas instrumentadas durante la crisis del coronavirus contradicen su compromiso con los más necesitados. La cantidad paupérrima de recursos diseminados en medio de la pandemia contradicen la postura que pregona. En la era de programas ambiciosos de rescate a las pequeñas y medianas empresas, de transferencias multimillonarias a los desempleados, de apoyos estatales para proteger a los vulnerables a nivel global, AMLO destaca por su pichicatería. Por su resistencia a canalizar más recursos públicos a quienes menos tienen. Por su conservadurismo fiscal que sólo exacerba la debacle nacional. Y ese posicionamiento, merecedor de los aplausos de Margaret Thatcher, no demuestra humanismo o solidaridad; exhibe desconocimiento y crueldad.