Las fuerzas progresistas italianas –feministas, integrantes del colectivo LGBTI+, inmigrantes, entre otros– están enojadas y confundidas: tras perder las elecciones del pasado 25 de septiembre ante la ultraderecha, ven con pesimismo el futuro de su país por el riesgo de perder los derechos civiles conquistados, pero también por la política exterior que habrá frente a la guerra de Ucrania, y por la economía que, aseguran, se verá seriamente afectada.
Roma/Milán.- El domingo 25 Italia elegirá a su nuevo gobierno; antes que se sepa el resultado hay una cosa prácticamente segura: la extrema derecha de Fratelli D’Italia (Hermanos de Italia) obtendrá uno de los mejores resultados de su historia. Y más: la previsión es que la coalición derechista, integrada también por Forza Italia –del empresario Silvio Berlusconi– y por la ultraconservadora Liga, de Matteo Salvini, aglutinen –juntos– a una mayoría de italianos.
Dos años después de una pandemia que Italia ha sufrido antes que otros países europeos, y en plena guerra de Rusia en Ucrania, la campaña electoral ha vuelto a poner bajo tensión la estabilidad de este país. Los últimos sondeos publicados han sido unánimes: la cita electoral puede convertir a Fratelli, una formación heredera de la tradición posfascista, en el primer partido italiano. La aspiración mayor para este bando es alcanzar en el Parlamento esos dos tercios de los escaños que necesitan para gobernar holgadamente y modificar la Constitución. Su fuerza: el descontento en la población.
El miércoles 24 se cumplieron seis meses de la invasión de Rusia a territorio ucraniano, un conflicto de desgaste que ha causado cuantiosas pérdidas y cuyo fin no se observa. En verano todo se paralizó, cuenta Sergii Zavadskyi, miembro la Fundación Rotaria, una de las organizaciones privadas más activas que ayudan a la población afectada; y el invierno se anuncia todavía más drástico… La ayuda llega a cuentagotas; las negociaciones, empantanadas, tornan el futuro cada vez más incierto.
Roma (Proceso).- “Señores pasajeros: estamos por iniciar el descenso al aeropuerto de Zhuliany de Kiev”.
Mariúpol resistió heroicamente durante semanas de ofensiva rusa. Pero finalmente cayó la semana pasada, pese a que la población ucraniana apoyó con todo al batallón Azov –de oscuros orígenes ultraderechistas, pero reivindicado por su resistencia–. La población local observó cómo los combatientes eran sometidos en esta ciudad, clave en los planes de Moscú para establecer un corredor entre Crimea y el Donbás.
Járkiv, la segunda ciudad más importante de Ucrania, gran polo cultural y dueña de una larga y gloriosa historia, es ahora el nuevo objetivo de las fuerzas rusas. Sometida a constantes bombardeos, la población de la ciudad se niega a dejarse abatir y trata por todos los medios de mantener algo parecido a la normalidad: los niños siguen jugando en los jardines de sus casas, las madres pasean a sus bebés por los parques, sin importarles las ruinas de los edificios o las columnas de humo que se ven por doquier.
ROMA (Proceso).— La barbarie ocurrida en pueblos como Bucha y Borodianka, que durante un mes hicieron las veces de escudo ante el avance del ejército ruso sobre Kiev, conmocionó al mundo por el reguero de cadáveres de civiles inermes descubiertos esta semana después de la retirada rusa.
El gobierno ucraniano acusó directamente a Moscú, y Rusia respondió que se trata de un “montaje”, al mismo tiempo que múltiples voces se hicieron oír para exigir que estos hechos sean juzgados en tribunales internacionales. Con ello se abrió un debate sobre cómo investigar y enjuiciar a los responsables de estas matanzas, un proceso que los expertos creen que llevará años e incluso podría no completarse.
LEÓPOLIS (Proceso).- Hace un mes Jarkov, Dnipro, Mariupol o Sumy derrochaban vida. Lo mismo ocurría en Kiev, la capital de Ucrania. Los días marchaban como siempre. Había cierta preocupación por la pugna con Rusia y muchos ciudadanos habían empezado a tomar cursos de supervivencia y entrenamiento militar, pero prácticamente nadie pronosticaba lo que estaba por venir ni lo creía posible.
La sensación era, sencillamente, que lo inimaginable no iba a ocurrir.