Lenguaje y barbarie

¡CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Las palabras son lo propio del ser humano. Todo el pensamiento, toda la cultura y sus objetos están hechos de ellas. No en vano el Evangelio de Juan dice que en el principio era la palabra. Ellas son la raíz y el fruto de nuestra experiencia. Son también el lugar del sentido y del diálogo. Cuando vacilan, es decir cuando pierden su capacidad significante, las sociedades se extravían y el caos y la violencia reinan.

Yo tengo para mí que una buena parte de la profunda crisis civilizatoria que hoy vivimos tiene su origen en ello. La época de mayor comunicación coincide también con una era de barbarie. La razón es que el lenguaje ha ido perdiendo en la comunicación misma no sólo su riqueza y densidad, sino también el respeto que el hablar merece.

¿Polarización o caos?

La idea de que Andrés Manuel López Obrador está polarizando el país –es decir, dividiéndolo en dos bloques antagónicos que el lenguaje estrecho y anacrónico de “liberales” y “conservadores”; “chairos” y “fifís”, resume bien– me parece imprecisa. Lo que AMLO está generando es algo peor, algo que, a falta de una palabra para definir la profunda crisis civilizatoria a la que nos enfrentamos, hay que llamar confusión, caos, anomia.

Lo que vivimos es un estado de múltiples violencias que la imagen de los mal llamados “anarquistas” retrata y que el presidente alimenta cada día.

¿Polarización o caos?

 

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- La idea de que Andrés Manuel López Obrador está polarizando el país –es decir, dividiéndolo en dos bloques antagónicos que el lenguaje estrecho y anacrónico de “liberales” y “conservadores”; “chairos” y “fifís”, resume bien– me parece imprecisa. Lo que AMLO está generando es algo peor, algo que, a falta de una palabra para definir la profunda crisis civilizatoria a la que nos enfrentamos, hay que llamar confusión, caos, anomia.

Evangelio y poder

La característica que más me desconcierta de López Obrador es su capacidad de mezclar el Evangelio con el poder, de sumar –usemos su lenguaje dicharachero– peras con manzanas y pretender que suman algo.

El Evangelio es la antítesis del poder. Es su negación: dios que renuncia a sí mismo para nacer en un establo y morir aplastado por el poder. Es la afirmación de un acto inmenso de libertad y un llamado al amor, que siempre es débil, que siempre es pobre. Allí, según él, radica la justicia.

Evangelio y poder

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- La característica que más me desconcierta de López Obrador es su capacidad de mezclar el Evangelio con el poder, de sumar –usemos su lenguaje dicharachero– peras con manzanas y pretender que suman algo.

El Evangelio es la antítesis del poder. Es su negación: Dios que renuncia a sí mismo para nacer en un establo y morir aplastado por el poder. Es la afirmación de un acto inmenso de libertad y un llamado al amor, que siempre es débil, que siempre es pobre. Allí, según él, radica la justicia.

Infodemia y verdad

La infodemia, una palabra nueva que nace del exceso informativo que genera el brutal desarrollo de los medios de comunicación, una especie de cáncer donde la proporción humana de la palabra se reproduce enloquecidamente dañando el cuerpo social, es algo que estaba allí desde hace mucho tiempo.

Nadie, pese a las evidencias de los daños que ya hacía, había reparado con seriedad en ella hasta que el presidente se volvió objeto de la enfermedad. Mientras la infodemia no lo tocó o servía a sus intereses, el mal no existía, como no existió por algún tiempo en su pensamiento la letalidad del covid-19.

El amor en el infierno que se han vuelto los otros

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso). – Las catástrofes, como la que hoy experimentamos bajo la emergencia de la covid-19, además de mostrar la inoperancia de las instituciones del Estado para cumplir con su vocación fundamental: proteger a la gente, suelen potenciar lo peor y lo mejor de lo humano.

Hoy, como nunca, las páginas de A puerta cerrada, que sintetiza la frase de Sartre: “el infierno son los otros”, se vive en cada rincón del planeta.

La desmesura y AMLO

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Los monstruos son anomalías, seres desproporcionados cuya presencia no augura cosas buenas. Son, en la literatura, metáforas del mal que, de alguna forma, simbolizan lo que los griegos llamaban hybris (una palabra casi intraducible que contiene el sentido de desmesura, soberbia, lo que sobrepasa una justa medida). Medén agan (“Nada con exceso), dice el oráculo de Delfos previniéndonos contra ella, cuya presencia, semejante a los monstruos, genera tragedias.
El Estado es un monstruo –“el más frío de los monstruos fríos”, dijo Nietzsche– cuya mentira, “que se desliza de su boca es: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’”. No en vano Hobbes, en alusión al inhumano monstruo marino descrito en el capítulo 41 del Libro de Job, lo llamó El Leviatán, cuya figura, imaginada por Abraham Bosse,­ aparece en el frontispicio de la primera edición: un gigantesco rey de rostro hierático, que emerge detrás de las colinas armado con un báculo y una espada –símbolos de la soberanía y del uso legítimos de la violencia–, cuyo cuerpo está hecho de miles de seres humanos que, sometidos a él, contemplan su rostro.

Carta abierta al movimiento feminista

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Queridas todas:

Cuando esta carta comience a circular, ustedes, en compañía de muchos de nosotros, estarán llevando a cabo y habrán concluido ese acto de altísima dignidad que es haberse ausentado de la vida diaria de México. Su acto nos llena a muchos de orgullo, de fuerza, de esperanza. Es una de las acciones no-violentas más hermosas que haya tenido la nación en medio de una de sus épocas más violentas y aterradoras, y bajo uno de sus gobiernos más sordos e indiferentes al sufrimiento. Su ejemplo en el orden de la dignidad es inmenso. No en vano Gandhi decía que ustedes son “la mejor parte de la humanidad”.

El caso Aguayo y la justicia transicional

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Lo sucedido a Sergio Aguayo con el fallo del magistrado Francisco José Huber Olea Contró a pagar a Humberto Moreira la cantidad de 10 millones de pesos por una supuesta difamación hecha en su columna “Hay que esperar” (Reforma, 20 de enero 2016) no sólo es un grave atentado a la libertad de expresión. Es también una muestra clara de que el Estado está capturado por redes criminales de protección política o corrupción, que no sólo mediante la sangre, la extorsión, el secuestro y la desaparición, sino también mediante el uso faccioso de la ley, están dispuestos convertir el país en un campo de concentración al servicio del crimen.

A diferencia de Aguayo –un gran académico, un intelectual profundo y una figura fundamental en la defensa de los derechos humanos–, sobre Moreira pesan evidencias de delitos graves. Según el Auto judicial, que permitió su detención en España en 2016, y que sirvió de base para el artículo de Aguayo, pertenecen a delitos de “organización criminal, blanqueo de capitales, malversación de caudales públicos y cohecho”. Este documento, aunado a las investigaciones que el propio Aguayo realizaba entonces con Jacobo Dayán sobre violaciones a derechos humanos en Coahuila, llevaron al investigador a afirmar que Moreira “es un político que desprende el hedor corrupto; que en el mejor de los escenarios fue omiso ante terribles violaciones de derechos humanos cometidos en Coahuila, y que, finalmente, es un abanderado de la renombrada impunidad mexicana”.