CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La contundencia del caudaloso e incontenible río de mujeres que el 8 de marzo pasado desbordó calles, remontó infundios, sacudió oportunistas mezquindades, derrumbó augurios de fracaso e impuso una voz común para exigir freno al oleaje de exacerbadas violencias ceñidas sobre la población femenina de este país durante los últimos seis lustros, obligó a incrédulos, recelosos, arribistas y detractores a reconocer la profundidad y legitimidad de las demandas del renovado movimiento feminista.
Por encima de batallas y debates sobre cifras desdeñosas, en la vanguardista ciudad de México se unieron más de 100 mil voces luminosamente diversas de mujeres– concentradas en avatares de los feminismos académicos y sociales, precursores o emergentes—, que marcharon por vez primera o recorrieron de nueva cuenta los senderos de la lucha de larga data.