CIUDAD DE MÉXICO (apro).– Es normal que los ataques terroristas sean seguidos por confusión. Ése es uno de sus objetivos primarios. Pero aparte de que los atentados del Domingo de Pascua en Sri Lanka están entre los más sangrientos (casi 300 muertos y 500 heridos con bombazos suicidas en tres templos cristianos y cuatro hoteles de lujo) en el mundo desde los de Nueva York en 2001, y son los peores de este siglo en el sur de Asia, la magnitud de los eventos, la coordinación requerida para llevarlos a cabo, la falta de precedentes en el país, la aparente desconexión con la dinámica de los conflictos locales y la reacción de las autoridades –que exhibieron sus divisiones internas–, conducen a que, a 36 horas de la tragedia, el pasmo sea mayor de lo normal.
No es que a esta isla-república ubicada al sur de India (si alguien hiciera una perforación en línea recta desde México, no emergería del otro lado en China sino frente al puerto srilanqués de Galle, en el Océano Índico) le faltara violencia religiosa y étnica. Pero lejos de este nivel. Y la elección de los objetivos también parece ajena a las animadversiones tradicionales.