CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Como sentenciados a muerte, los jóvenes van saliendo con paso esclerótico de su choza callejera: si acaso un amasijo de dos por dos metros compuesto por tablas, mantas, plásticos y cartones percudidos.
Son uno, dos, cuatro, hasta seis o siete, acompañados por una chica parlanchina de cabellos azulados. A unos los lacera la luz ultravioleta de esa hora infame; otros sufren para sintonizarse con el entorno… Pero todos, de manera insólita, todos han salido del mismo minúsculo e insalubre espacio, cual si lo hicieran de la chistera de un mago infernal.
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