MÉXICO, D.F., 17 de julio (apro).- La persona con quien quedé de reunirme me dio la dirección exacta de su oficina, cómo llegar, a qué línea del Metro subirme, en qué punto bajar. Mi destino: La calle Paz Montes de Oca, cerca del Metro General Anaya, al sur del Distrito Federal. Confíe más en el GPS que en las indicaciones emitidas por un ser humano. La aplicación de Google mostró que mi destino estaba más bien cerca de la Cineteca. El mapa digital presentó pruebas contundentes: El nombre de la calle, las avenidas aledañas, mapa de la colonia…
Hora y media antes de la cita, ingresé nuevamente el nombre de la calle en Google Maps. Me bajé en la estación del Metro que me sugirió, tomé una Ecobici y seguí como indicaba el GPS. En pocos minutos había llegado -o eso creí-. Me encontraba rebosante de orgullo por arribar a la cita con treinta minutos de anticipación. Me llené de elogios por mi profesionalismo y puntualidad. Con paso fresco, busqué el número de la oficina en las fachadas de la calle Paz Montes de Oca. Pasé por varias casas y ninguna de ellas representaba el lugar exacto. La numeración se saltaba. Esto es imposible, pensé con desconcierto, el GPS mostraba que ya estaba en mi destino.
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