CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- El pasado 5 de septiembre, en el periódico Reforma, Jesús Silva Herzog Márquez, en un lúcido y duro artículo, “La estupidez y la traición”, definió la invitación de Donald Trump a México como “una estupidez” típica de nuestra historia política. La estupidez –cuyo sentido etimológico es “aturdimiento”– es una buena palabra para definir el acto presidencial. Pero hay otra mejor para definir no sólo esa invitación sino la temperatura de la vida política de nuestro país: la imbecilidad.
La imbecilidad es –según las definiciones tautológicas de los diccionarios– la cualidad de los imbéciles. La palabra, al igual que “estupidez”, es muy dura. Connota un insulto. El escritor Georges Bernanos solía llamar “imbéciles” a los políticos y a los intelectuales insensatos. Sin embargo, en su denotación, es decir, en su sentido propio, imbécil no es un calificativo sino un sustantivo cuyo sentido etimológico (del griego imb, “sin”, y de bakulum, “báculo”), se refiere o bien a quien no tiene un soporte para caminar (la sabiduría en la antigüedad y entre los pueblos indios está asociada con la vejez, que se representa con la imagen de un anciano apoyado en un bastón) o a quien ha perdido la autoridad, la realeza (el báculo en nuestra tradición es el bastón de madera, largo y curvo en su extremo superior, que usan los obispos como símbolo de su autoridad espiritual).