CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- 2019 fue el año cuando gritamos y marchamos y señalamos “el violador eres tú” y “la culpa no era mía ni donde estaba ni cómo vestía”. En el Zócalo con el puño alzado, en las calles con diamantina morada y pintas en los monumentos, en las universidades con un pañuelo verde alrededor del cuello, las mujeres de México denunciaron la brutalidad recurrente y el Estado indolente. Tantas, enojadas. Tantas, enfurecidas. Tantas, adoloridas. Y con razón: el país padece una crisis de violencia de género que se ha vuelto noticia cotidiana, noticia casi banal excepto para quienes la padecen. Todos los días, a todas horas, en los periódicos y en las redes sociales, se da cuenta de otra mujer desaparecida, otra mujer violada, otra mujer asesinada. Han sido años atroces y ahora –más que nunca– nos toca darles voz y rostro a las víctimas. Impedir que desaparezcan por la desmemoria o se vuelvan invisibles por la impunidad.
Como bien lo expresa Frida Guerrera en el libro ‘#NiUnaMenos’, la lucha contra el feminicidio y las múltiples maneras en las que se maltrata a las mujeres no es una lucha contra los hombres. No es una batalla encabezada por “feminazis”. Es una guerra que nos atañe a todos, porque se libra para vencer problemas que trascienden el género: la impunidad, la desigualdad, la prepotencia, la indiferencia. Las conductas que no caben en una sociedad que se dice progresista, y que políticamente apoya una llamada “Cuarta transformación” pero no será tal si no abarca a las mujeres. Si no se asume la gravedad de las penurias por las cuales pasa la mitad de la población. Si la misoginia y el machismo se siguen expresando en las casas y en las oficinas y en las fábricas y en los medios de comunicación y en las redes sociales, repletas de epítetos insultantes o frases descalificadoras. Si la muerte o la desaparición de otra mujer es sólo una nota roja y no una emergencia para la autoridad.