Rafael Rodríguez Castañeda
MEXICO, DF, 28 de enero (proceso).- Desde el tercer piso del edificio de la Federal de Seguridad, en la esquina de Plaza de la República e Ignacio Ramírez, en la Ciudad de México, vio la mole del Monumento a la Revolución. Un poco a su derecha su vista podía llegar hasta la estación de trenes de Buenavista y aún más allá, hasta las brumosas ondulaciones de la Sierra de Guadalupe, en el extremo norte del Valle de México. A esas horas su renuncia estaba ya en el escritorio del secretario de Gobernación, Enrique Olivares Santana, unas cuantas calles hacia el sur, siguiendo por Ignacio Ramírez, cruzando Paseo de la Reforma en la Glorieta de Colón y girando a la izquierda por Atenas hasta llegar al cruce con Bucareli, exactamente en el Reloj Chino. Su carrera policiaca parecía terminada. Los ojos del tigre, símbolo de los investigadores policiacos, tan verdes como los suyos, a sus espaldas, lo siguieron hasta que cerró por última vez la puerta de la oficina que había ocupado durante cinco años.