Contra los partidos

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- El 6 de julio Hermann Bellinghausen publicó en La Jornada un artículo titulado “La abolición de los partidos”, en el que daba cuenta de un ensayo que Simone Weil escribió entre diciembre de 1942 y abril de 1943 cerca del final de su vida, acaecido en agosto de 1943: Notas sobre la desaparición general de los partidos. A pesar de mi admiración por ella y de mi animadversión por los partidos, lo había olvidado. Instigado por el artículo de Hermann me lo eché de nuevo a los ojos. No sólo es admirable, sino que en su penetración anuncia, de alguna forma, la crisis y el descrédito por los que atraviesan los partidos hoy.

Los partidos políticos, que los regímenes democráticos consideran la panacea de la democracia y sin los cuales, se dice, no existe la vida política, nacieron, recuerda Weil, en la aristocracia inglesa. Al principio, los revolucionarios franceses, que nos darían las democracias modernas, los veían “como un mal que había que evitar”. Sin embargo, bajo la pasión de la guerra y de la guillotina, los clubes jacobinos, que en sus inicios eran lugares de discusión, se convirtieron en un partido totalitario cuyas facciones en pugna –a diferencia de las luchas partidistas en el mundo anglosajón, que siempre mostraron “un carácter de juego, de deporte” – estuvieron gobernadas por la idea que el bolchevique Mijaíl Tomski formularía años después en Rusia: “Un partido en el poder y todos los demás en prisión”.



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