CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Andrés Manuel López Obrador es un hombre ideológicamente ecléctico. No es socialista, aunque simpatiza con algunas ideas del socialismo, y no es liberal en ninguna de las acepciones del liberalismo, por más que se proclame como tal. Propone un Estado de bienestar y tiene rasgos doctrinarios del conservadurismo y del cristianismo, pero tampoco es socialdemócrata ni democristiano (véase mi trilogía “Descifrando a AMLO” en Proceso 2210, 2212 y 2214).
Es casi inclasificable, y sólo se me ocurre crearle una casilla de populismo de ornitorrinco, dicho sea con todo respeto y a falta de un mejor término: la mezcla de piezas muy dispares –incluyendo una versión intuitiva de la cultura woke/cancel aplicada a comunidades indígenas– con el rechazo a intermediarios entre el líder y el pueblo, un común denominador de los populistas a quienes entronizó la crisis de la democracia representativa.
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