CIUDAD DE MÉXICO (apro). Tiempo del colapso de las apariencias, de angustia, llanto, luto, derrota, pero también de avizorar otro tiempo. Hora del rescate de la reflexión filosófica que taladra. Y sobre todo, de la abnegación que redime. “El mundo es un abismo del yo, el fondo en el cual es absorbido el yo que se ha quedado sin el tú”. Sobre todo el Tú de Dios. Sin ese Tú que da sentido pleno a la persona, ésta es estéril para el fruto de solidaridad. El individualismo al que conduce ese abismo, incapacita al sujeto para una apertura hacia el prójimo, desinteresada, generosa. Ese individualismo arroja al ser a una aterradora e impalbable soledad. Soledad infecunda que hoy se hace visible en muchos casos.
Mas hay otra soledad, la fecunda que vence a la soledad en la soledad que hace del silencio, oración confiada. Soledad fructífera y cantarina esa del orbe amistoso que supera abismos, llora y extraña y salva a los viejos queridos, y a los demás todos en barca común que amenaza naufragio. Barca común que implora UNIDAD para no zozobrar.
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