MÉXICO, D.F., 31 de marzo (proceso).- Lo lograron los legisladores mexicanos, aprobar la reforma constitucional que da derecho a “la libertad religiosa” para obsequiársela al Papa Benedicto XVI, que recién visitó nuestro país. Una grata nueva para el pontífice que ha promovido a través de sus obispos idéntica reforma en otras constituciones nacionales, para abrir la posibilidad de que la Iglesia católica coloque a un sacerdote en cada aula del sistema de educación público. En un texto previo a la aprobación de la reforma, narraba yo en este espacio, una conversación ocurrida entre Charles Darwin y la reina Victoria hace 130 años. En Inglaterra se debatía, precisamente, si en las aulas los niños debían estudiar la Biblia o El origen de las especies, y la reina quería preguntarle si acaso a él no le parecía factible que ambos libros fueran enseñados.
Encamado, enfermo, Darwin de inmediato decepcionó a su reina. No veía cómo la Biblia y El origen pudiesen conciliarse. El origen, le dijo, contradice a la Biblia palabra por palabra y de principio a fin. El origen describe un mundo en perpetuo cambio, en perpetua diversificación de sus formas, sin un plan predeterminado, donde la perfección es una ilusión. En cambio la Biblia describe un mundo creado por un Creador, con un plan divino de perfeccionamiento, que el Creador vigila. Pero hay todavía algo más, dijo Darwin. La religión es una teoría de cómo debe ser la vida: se acerca a la realidad para ajustarla a sus ideales. La ciencia observa lo real para aprehenderlo. La religión declara su relato de la vida completo y perfecto, y al que lo pone en duda lo declara pecador y hereje. La ciencia en cambio es un relato siempre en construcción: se sabe incompleto e inexacto, siempre por corregir y alargar.
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