MÉXICO, D.F., 17 de septiembre (proceso).- Con una voz sosegada, tendiente a la risa, y riéndose a menudo entre frases, el Dalai Lama habló de México a los mexicanos, su buen humor en parte porque así es él, un primate bípedo risueño, cuya felicidad emana, según él mismo lo dijo, de su corazón, así sin metáfora: de su órgano cardiaco, y en parte porque se iba de México al final de una semana de visita, hacia Argentina, como también él mismo lo dijo a los maestros nacionales, en el evento que el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación organizó, y por el que por cierto el Dalai no cobró un centavo. “Yo mañana me voy”, sonrió al decir, “lo único que he hecho acá es hablar y hablar y hablar. En cambio ustedes, acá se quedan””””.
Y con ese desprendimiento, y basado en una pura ojeada al vuelo del país, lo que nos dijo a los mexicanos el monje budista de lentes cuadrados fue simple y amplio. “Vean un poco más globalmente lo que acá les ocurre”, dijo. “Lo que acá les sucede está sucediendo en otros países. En Asia, por ejemplo, la corrupción es rampante”. Así de claro: para el Dalai Lama, el nuestro es un problema de corrupción. El anecdotario es numeroso y colorido, cada semana nos entretiene otra anécdota, algunos se distraen en ella como en el encuentro semanal de box: el exgobernador priista Moreira contra el exsecretario panista de Hacienda, Cordero, el alcalde panista Larrazabal contra las fuerzas oscuras del narco, Los Zetas contra el gobernador Medina, pero cada anécdota es sólo un síntoma de la misma enfermedad: la corrupción: la lucha de nuestros poderosos, así sean los poderosos que gobiernan, los poderosos que dirigen las empresas del país o los poderosos del crimen, para tomar para sí del Bien Común.
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