CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El mayor autoengaño político en México es la creencia de que las elecciones son libres, democráticas y equitativas. El fraude electoral ya no sólo lo aplica un partido: el PRI. Se ha “normalizado” como práctica en el PAN, PRD y otros, ante la certeza de que el voto es una mercancía y no un derecho, y que la “alquimia” es una franquicia exportada por el PRI.
En competencias tan reñidas como en el Estado de México o en Coahuila, el fraude electoral se vuelve más visible e indignante porque ahí observamos con todo su despliegue las artimañas para impedir la equidad y la justicia electoral: compra y coacción del voto, intimidación vía telefónica y redes sociales (el ingrediente nuevo), alteración del padrón electoral, condicionamiento de programas y servicios públicos, y el uso del crimen organizado y del aparato burocrático para aplastar al opositor.
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