CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En Así hablaba Zaratustra, Nietzsche definió al Estado como “un monstruo frío; el más frío de los monstruos fríos”. No sólo porque es el más despiadado, sino porque es helado hasta “cuando miente” y dice: “Yo, el Estado, soy el pueblo”. Al definirlo, Nietzsche pensaba en el Leviatán de Hobbes, quien, a su vez, al componer su obra sobre el Estado, pensaba en la criatura bíblica que forma parte de los monstruos marinos creados, según el Génesis, por Yahvé el quinto día y que el libro de Job (41) describe en forma de dragón como el más poderoso de los seres creados.
Ese monstruo marino, parece decirnos Hobbes, mutó en el ser que aparece en el frontispicio de su primera edición del Leviatán: un gigantesco rey, de rostro frío y hierático, cuyo cuerpo está formado de cientos de seres que lo miran como a un dios. En su mano derecha lleva la espada del poder mundano (la legalidad); en la otra, el báculo del poder espiritual (la legitimidad).
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