México (apro).- En medio del barullo mediático provocado por los atentados en París; el derribo de dos aviones rusos (uno civil, por el Estado Islámico, y otro militar, por la aviación turca); la escalada de acusaciones entre los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y, en fin, de la violencia yihadista en África y Medio Oriente, las tragedias en el Mediterráneo y la crisis de refugiados en Europa, con menos ruido un país ha hecho avanzar su agenda y se ha colocado como un actor indispensable en la resolución del complicado crucigrama euroasiático: Irán.
Y no es que Teherán no estuviera involucrado antes. Al contrario. Prácticamente desde la invasión estadunidense a Irak en 2003 se convirtió en el principal contendiente, por parte del chiismo, en disputar la hegemonía de la región al sunismo, encabezado por Arabia Saudita y las monarquías del Golfo.
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