EL RUIDO NOS MATA EN SILENCIO

MÉXICO, D.F., 12 de noviembre (proceso).- El atinado artículo Agresión acústica de Samuel Máynez Champion, publicado en la edición del 6 de noviembre de este semanario, pone el dedo en una llaga de la que se habla poco: la contaminación ambiental por ruido. El problema que Máynez señala es gravísimo, y todos estamos expuestos a niveles de ruido que deterioran la audición y nuestra calidad de vida. Sin embargo, pese al considerable aumento de la preocupación por los efectos de la contaminación en el medio ambiente, hay poca conciencia sobre la que produce el ruido. En su completísimo libro La contaminación ambiental en México, Blanca Elena Jiménez Cisneros dice que el problema menos atendido en nuestro país es precisamente la contaminación por ruido. Ella revisa la escasa legislación que hay al respecto y plantea las medidas de prevención que habría que tomar tanto en zonas habitacionales como industriales y áreas de tráfico.
Hace años José Antonio Peralta, de la Escuela Superior de Física y Matemáticas (IPN), publicó un artículo, El ruido en la Ciudad de México, donde relata los estragos que causa: no sólo sordera, también provoca agresividad, contribuye al aislamiento, produce estrés, genera insensibilidad, afecta la eficiencia en el trabajo, interfiere con un buen desempeño de actividades y perturba el sueño. Peralta indica que la legislación sólo considera los daños de tipo auditivo (sordera), y no los fisiológicos y psicológicos, que lleva asociados el ambiente ruidoso. Y como la principal fuente de ruido urbano es el transporte, este investigador realizó mediciones mediante un “muestreo” en ciertas zonas de la Ciudad de México. Durante una hora registró el nivel de ruido, con la ventana del conductor abierta, mientras circulaba por varias avenidas (Zaragoza, Ermita, Eje Central, Politécnico, Cuautepec, Consulado, Insurgentes, Vía Morelos) a mitad de semana, entre las 12 y las 14 horas, y encontró que permanecía a unos 80 decibeles. Resulta que como sólo se regula lo que va más alto de 90 decibeles, los trabajadores del volante quedan fuera de la protección. Peralta se pregunta: “¿Hasta qué punto la proverbial agresividad e intolerancia que muestran en general los trabajadores del volante “””bocinazos, cerrones, improperios””” a quien se les ponga enfrente son inducidos por el ruido en que perpetuamente están sumergidos””.


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