“Una buena gripa vamos a tener”: católicos en espera del Papa en su recorrido a la Basílica 

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Segundos después de la aparición veloz del papamóvil, las cabezas se inclinaron de manera automática hacia la pantalla de los celulares, con una angustia: ¿Sí salió el Papa?


La banqueta central de la Calzada de Guadalupe se llenó paulatinamente durante la tarde, pues miles de personas querían ver con sus propios ojos la llegada del Papa Francisco a la Basílica de Guadalupe.

Algunas de las personas apartaron su lugar desde temprana hora. Las que llegaron más tarde se subieron a las macetas de plantas para elevarse; otras llevaron escaleras. En medio pasaban vendedores ambulantes, ofreciendo todo tipo de mercancía con la figura de Francisco.

En una de las grandes pantallas instaladas en el cruce de la calzada con la calle Río Blanco se sucedían programas de TV Azteca con mensajes de propaganda del delegado de la Gustavo A. Madero, quien se jactaba de llevar agua a los vecinos. En otras, pasaban spots elaborados por el Gobierno de la Ciudad de México.

En las vallas, el gobierno de Miguel Ángel Mancera colocó imágenes de Francisco con el logotipo de la ciudad, mientras que la sede del Comité Delegacional del PRD, ubicada en la calzada, enarboló una manta de gran tamaño saludando al “peregrino”.

Un joven quién vive del otro lado de la calzada, suplicó al integrante del Estado Mayor Presidencial (EMP) que lo dejara pasar, pues el Papa se tardaría tres horas en llegar. El uniformado se negó y le indicó que podría cruzar la valla hasta el Circuito Interior. “Es una mamada”, dijo el joven, enojado, al alejarse.

Esta escena se repitió a lo largo de la tarde y varios vecinos se molestaron. “Es que todo está cerrado, calles, metro y metrobus. No se vale”, deploró una señora.

En el cruce de Calzada de los Misterios con la calle Ricarte se encontraba la varita del EMP para ingresar a la explanada de la Basílica. Ahí, los militares, armados con rifles de alto calibre, inspeccionaban los asistentes con minucia, impidiendo el paso con plumas, lápices, cámaras y otros objetos que podían ser utilizadas para agredir al monarca.

Así, un grupo de católicos polacos, vestidos con grandes capas de color rojo, gorros de piel y plumas de faisán, entendió con dificultad que no podría ingresar con sus estandartes en los que aparecía la figura de Cristo.

Boleto en mano, un grupo de ancianos se vio negado el acceso a la varita, con la indicación de dirigirse hacia la avenida Montevideo, lo que los enojó, pues precisamente venían de ahí.

Una trabajadora de la delegación explicó a Apro que la gente empezó a acudir desde las cinco de la mañana, hora en la que ella misma empezó su turno. “Sí mi vida, una buena gripa vamos a tener” soltó en una carcajada.

A las cuatro de la tarde creció la excitación en la banqueta de la Calzada de Guadalupe, pues las pantallas transmitían el recorrido del convoy papal en vivo. Personas asomaban sus cabezas por encima de las espaldas de los demás para ver a lo lejos si algo ocurría.

Algunos temerarios se treparon a los árboles que ocupan la banqueta para tener un mejor punto de vista. Grupos religiosos cantaban y niños preguntaban, impacientes, cuándo llegaría el Papa.

A las 4:20 estalló un grito ruidoso. Falsa alerta: la camioneta blanca que pasó a alta velocidad no era el papamóvil.

Finalmente se oyó un rumor lejano, que poco a poco se convirtió en un ruidoso clamor. Los celulares se alzaron y las banderas se agitaron. Pasaron patrullas de policías, camionetas imponentes y, en apenas un par de segundos, el papamóvil, con su ocupante saludando de manera mecánica la muchedumbre.

Tan pronto como surgió, el ruido se disipó a medida que el convoy se alejaba. La palabra “rápido” salía en muchas pláticas banqueteras. “¿Lo viste? Sí, sí lo vi”.

La multitud se dispersó. Algunos se quedaron frente a las pantallas para atestiguar a través de ellas la llegada de Francisco a la Basílica bajo el clamor de decenas de miles de personas, acompañada por los comentarios elogiosos de TV Azteca sobre la visita del Papa a México.

De nuevo, vecinos pidieron a los integrantes del EMP si les dejaban cruzar la calzada, pero enfrentaron un nuevo rechazo. “Déjenos pasar, oficial, estorban”, exclamó una señora.

Durante las más de dos horas en las que Francisco ofició la misa, se llenó de nuevo la banqueta –aunque en una menor medida–, ahora para ver la salida del pontífice. Mientras el sol caía y el cansancio se apoderaba de la asistencia, sólo se oía la voz de los comentaristas de televisión.

“Ahí viene pónganse las pilas”, gritó un niño al agarrar la manga de su madre.

Otra vez pasó el convoy a gran velocidad, la muchedumbre gritó, levantó banderas y acalló al instante siguiente. La mayoría se dio vuelta y se desvaneció en las calles de la delegación, en búsqueda de transporte público.



Adquiere una fotografía para ilustrar esta nota aquí