“¿Hay otro medio?”

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- ¡Ah, estimado lector!: en verdad que me sorprende que tantos de nuestros congéneres se indignen, o bien cuestionen por el estado del mundo en que nos movemos. ¿De qué se sorprenden y escandalizan? Debían saber que es lo natural el que respiremos en una aldea mundial en la que reina la corrupción y la impunidad de no pocos de los autores de la misma; en una aldea mundial en que la competencia y el ser emprendedor es el ideal, está haciendo más real y dolorosamente evidente el “Tú debes mandar y vencer/ O servir y perder; / Triunfar o sufrir, / De mazo o yunque servir”, tal como dijera Goethe a las personas de su tiempo y que sirve de meta al mundo actual en el que vivimos, donde la gente, de manera instintiva o consciente acomoda sus pensares y obrar. Hay sus excepciones, por supuesto. Pero lo común y corriente es que la mayoría de la gente vea y admita como hecho natural el llamado darvinismo social, que en el fondo no es más que la ley de la selva, la supervivencia del más fuerte, una realidad que ha ido derrotando a las generaciones de los hijos de los soñadores, de esos que creían posible hacer un mundo mejor para todos, de los hijos de la revolución en la medida en que se van imponiendo los deseos de los hijos de la corrupción.

Volviendo al tema motivo de la presente, servidor repite que, aunque puede indignarle, no le extraña ni le impresiona el que los humanos, “unos por cartas de más y otros por cartas de menos”, como dijera Lope de Vega, hayamos convertido a la aldea mundial en un chiquero, o sea un lugar propio de cerdos. Esa es mi percepción personal, pero considero que en este mundo, donde todo es relativo, donde todo depende del “color del cristal con el que se le mire”, como sentenció otro poeta, Campoamor, esa mi percepción es tan válida como la de cualquier otro escriba. Advierto que esa mi percepción no la debo a que sea un filósofo titulado, ni un licenciado en economía, historia, antropología o en cualquiera de esas de la ciencias llamadas sociales. Mi saber no es académico, se debe a otro medio tan bueno o más… a un vicio, que según estadísticas, se está disolviendo en las nuevas generaciones… el que no me extrañe ni escandalice y vea como normal el mundo en crisis en el que nos movemos, lo debo a ser un adicto a la lectura, un vicioso lector de toda clase de libros –de aventuras, policiacos, literatura de la considerada “seria”, teatro, ensayos; por leer, leo hasta los anuncios publicitarios, bien sean los llamados “espectaculares”, o los que me dan en mano en calles o plazas–; todas esas mis lecturas y el mi vivir con el prójimo, es lo que me ha servido y sirve para saber dónde y cómo estoy parado y dónde quiero o puedo ir… en lo personal y en lo social. Balzac, Dostoievski, Shakespeare, entre otros, enseñaron a servidor a bien distinguir de que si bien todos estamos hechos del mismo barro, cada humano puede tener características muy personales, ser malos o buenos, o bien ambiguos y hasta contradictorios y, según sus circunstancias, ser terribles, conmovedores, grotescos, generosos, codiciosos, patéticos, ser ganados por la envidia, el rencor, la venganza o bien ser abnegados, amorosos, tiernos y ridículos. Cervantes, con su Don Quijote, me hizo consciente de que si bien alguien puede volverse loco por el ideal de la Andante Caballería, por proteger a las mujeres, huérfanos y enderezar entuertos –entiéndase injurias, agravios, injusticias–, para hacer un mundo mejor para todos; de Goethe, con su Fausto, aprendí que no faltan los que son capaces de vender su alma al diablo por conseguir sus muy personales deseos, por lo que no ignoro que el hombre moderno, el hombre fáustico, como es el de nuestros días en su mayoría, sea tan inclinado a militar en los grupos de la Andante Rufianería… con todos los significados que pueda tener la última palabra. Por su parte, B. Brecht y F. Bürrenmatt, me fueron enseñando que nuestro mundo está como se encuentra porque los de la Andante Rufianería pueden convertirse en honorables ciudadanos… claro, siempre que alcancen el poder y/o el dinero para ello… ya que el mundo en que respiramos la regla de oro es: “El que tiene el oro –entiéndase dinero–, es el que manda”… y tampoco faltan honorables ciudadanos –políticos, financieros, empresarios– que actúan como militantes de la Andante Rufianería. Con “Cándido” y otros cuentos de Voltaire y con “Los viajes de Gulliver”, de Jonathan Swift, aprendí a reírme, a no tomar en serio las presunciones de mis prójimos. Octavio Paz me enseñó que todo poder, por muy buenas intenciones que animen a las personas que lo encarnan o representan, corre el peligro de convertirse en un “Ogro filantrópico”.



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