JOSÉ AGUSTÍN, EL DESMADROSO

Vicente Leñero

MEXICO, DF, 24 de septiembre (proceso).- ¡Ah qué alta daba José Agustín! Volaba, más que corría 1965, cuando empezamos a trabajar en la revista Claudia. Agustín había llegado hasta ahí, al galerón provisional de la calle de Ayuntamiento, recomendado y empujado por Gustavo Sainz; yo había conseguido la chamba por mi cuenta, pero también gracias a un tip de Gustavo quien nos aseguraba, eufórico, que ésta si prometía se4r una revista de verdad, sin las mamonerías del común de las revistas femeninas tipo Kena de Kena Moreno, o Vanidades, o la semipornográfica Cosmopolitan. Con el molde de unan célebre Claudia de Argentina y una Claudia de Brasil, en alianza firmada entre la editorial Abril de Sudamérica y Novedades de México, se iba a lanzar, se lanzaba ya, una revista mensual decidida a entender a la mujer como algo más que una ama de casa. La imagen femenina de esta gran Claudia era –nos decía Jorge De”Angeli, cerebro de la organización– la imagen de la Mujer Moderna, con mayúsculas: libre, sofisticada, elegante, bella y un poquitín descocada, quizás hasta promiscua, definitivamente frívola. Entonces se reía José Agustín entre dientes, pellizcándonos a escondidas a Gustavo y a mí, para hacernos perder nuestra seriedad de palo, hipócritas, frente al circunspecto De”Angeli o el activismo Ernesto Spota, convencidos ambos de que iban a hacer de nosotros, no sólo agudísimos reporteros, correctísimos redactores, sino artificies de esa imagen femenina, extraordinaria y escandalosa, que tanto necesitaban nuestras chaparritas mexicanas para deshacerse de sus kilitos de más y liberarse de una vez por todas del yugo machista. Nosotros: los artífices, los arquitectos, los pigmaliones del nuevo mundo de la mujer en los años sesenta””” Y José Agustín seguía riéndose con la garganta hecha gárgaras, y contagiándonos a Gustavo y a mí, y dando brinquitos, y murmurando procacidad y media.


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