MÉXICO, D.F., (apro).- Fue una provocación, consciente y deliberada. Porque aunque Arabia Saudita aduzca que la ejecución de 47 personas, entre ellas el disidente clérigo chiita Nimr Baqr al Nimr, fue por motivos de terrorismo y seguridad nacional, es imposible suponer que no tomó en cuenta el momento político ni las repercusiones internacionales, sobre todo en el ámbito del chiismo encabezado por su rival regional Irán.
En cuanto se supo de las ejecuciones, los principales líderes chiitas salieron a condenar la muerte de Al Nimr, al que exaltaron como mártir. Al unísono, los ayatolas Alí Jamenei, de Irán, y Alí al Sistani, de Irak, así como el jeque Hassan Nasralá, del movimiento libanés Hezbolá, acusaron al clan de los Al Saud (sunita) de cometer una injusticia por diferencias políticas y religiosas y advirtieron que “la justicia divina” caería sobre él.
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