CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El proceso de analizar y comprender la dinámica de las elecciones presidenciales en Estados Unidos tiene sus particularidades con respecto del resto de las democracias occidentales. El electorado se mide por segmentos tradicionales; es decir, la identificación con un partido, la raza, la condición socioeconómica, la ubicación geográfica, niveles de escolaridad, etcétera. Sin embargo, en Norteamérica al análisis del comportamiento de los votantes se ha incorporado un poderoso componente: la identidad religiosa. En el proceso electoral de 2016, el voto casi compacto de protestantes y protestantes evangélicos blancos –que representan cerca de 25% del electorado– fue determinante para el triunfo de Donald Trump.
La presidencia demócrata de un afrodescendiente, como Barack Obama, conmocionó a la clase política anglosajona y al conservadurismo de pastores cristianos que, sin duda, jugaron un papel crucial en la derrota de Hillary Clinton, de tal suerte que para 2020, según el famoso pastor Jim Wallis, “votar en esta elección podría volverse más confesional que electoral o partidista. Se convierte no sólo en un referéndum sobre nuestra democracia, sino en un referéndum sobre nuestra fe”.
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