CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En la historia reciente, las marchas que en nombre de la democracia han tomado el espacio público fueron vilipendiadas, políticamente golpeadas y no pocas veces reprimidas por los agentes del autoritarismo. Pero, en su mayoría perdidas, son muchas las que adquirieron dimensiones épicas, lo mismo en las experiencias locales que en la dinámica nacional.
Para que una marcha, parte de un movimiento democrático, adquiera un carácter legendario, concurren la legitimidad de las demandas, la fuerza moral de sus dirigentes y la presencia de sus miembros como sujetos sociales, imbuidos de convicciones profundas y propiciatorias de la energía individual para cooperar con otros en la realización de las acciones, tareas, e inclusive sufrimientos frente a una clase política proclive al autoritarismo.
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