MONTEVIDEO (proceso).- La cola nace en la puerta de la farmacia y se extiende 20 metros a lo largo de la calle. Alrededor de 30 personas, en su mayoría hombres jóvenes, esperan su turno bajo el sol. Dentro del local, Andrea B., camarera de 43 años, tuvo algunos problemas para concretar su compra. El lector de huellas digitales la reconoció como usuaria habilitada sólo después de que lo limpiara con alcohol una empleada del establecimiento.
“Está bárbaro que sea accesible y que uno no tenga que esconderse para hacer estas cosas”, dice la mujer, mientras muestra a Proceso el paquete de cinco gramos de mariguana recién adquirido.
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