Javier Sicilia MÉXICO, D.F., 20 de junio (proceso).- Pese a la avalancha de optimismo ilusorio de los aparatos del Estado sobre las elecciones, el verdadero resultado ha sido el repudio ciudadano a las partidocracias y el hartazgo de la nación. La democracia, como siempre lo he dicho, no son las elecciones. Es, por el contrario –conforme a su sentido etimológico, oscurecido por la degradación significativa del lenguaje–, el poder de la gente, del pueblo. Ese poder, que a lo largo de estos últimos nueve años se ha expresado a través de manifestaciones, movimientos sociales, pueblos en estado de autodefensa y diversas formas de organización civil, volvió a expresarse, por otros medios –las votaciones del pasado 7 de junio–, con la misma fuerza de reprobación.
Si hacemos a un lado las trampas partidocráticas, que han reducido la democracia representativa sólo al número de votos, y el castigo a los partidos al simbolismo de los votos nulos, y tomamos en cuenta tanto éstos como el abstencionismo –que también es un acto de voluntad democrática–, resulta evidente que el repudio ciudadano fue de casi 60%.
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