CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Fidel me recibió en un salón del Palacio de las Convenciones del que nada recuerdo, salvo a un grupo de oficiales que lo rodeaban. Entre ellos se encontraba Gabriel García Márquez. Si la figura de Fidel es impresionante por sí misma, la presencia del escritor me turbaba. Resentí la inseguridad de moverme bajo la mirada de semejante testigo.
Fidel me decía, amistoso:
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