BUENOS AIRES (apro).- El presidente Mauricio Macri aspira a ser reelecto para un segundo mandato el próximo 27 de octubre. La campaña electoral sorprende a la alianza oficialista Cambiemos en su peor momento. El balance económico y social de estos tres años y medio de gobierno es lapidario. La tasa de inflación promedio es la más alta de los últimos 25 años. Desde diciembre de 2015, el PBI se redujo el 1,4 por ciento y el salario real, medido en dólares, se contrajo a la mitad. La imagen de Mauricio Macri, así como la de su gestión, recogen índices de rechazo superiores al 60 por ciento. A pesar de esta coyuntura, y aunque resulte sorprendente, Macri mantiene una intención de voto que le permite alimentar su deseo. Diferentes encuestas lo ven perdiendo un balotaje con Cristina Kirchner por un margen de entre 7 y 9 puntos, pero con un tercio del electorado que aún no ha decidido el voto.
El vertiginoso endeudamiento externo asumido por el gobierno, récord entre los países emergentes, lo obligó a pedir 57 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional en mayo de 2018. El préstamo sirve para retardar la cesación de pagos hasta después de las elecciones, puesto que la economía, que ya suma cuatro trimestres de recesión consecutivos, no genera los recursos necesarios. El FMI conduce la política económica argentina. Su programa de ajuste fiscal y monetario impone tasas de interés exorbitantes, que aniquilan el crédito y la producción. Según datos de la Unión Industrial Argentina, en 2018 la actividad industrial se contrajo un 3,4 por ciento. En el mismo lapso, de acuerdo a datos oficiales, se perdieron 250 mil empleos registrados. En 2018, 2,7 millones de argentinos cayeron en la pobreza. La población sufre incrementos siderales en las tarifas de servicios públicos y recortes drásticos en las prestaciones estatales. Este “remanente” se destina al pago de los intereses de la deuda externa.
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