MI VIDA CRIMINAL

Fabrizio Mejía Madrid

MEXICO, DF, 11 de junio (proceso).- Hasta la fecha en que caí en la cárcel, mi vida criminal había girado en torno a dos delitos: decir mi opinión y tratar de no tirar basura en la calle. Vistas de cerca ambas infracciones tienen semejanzas: procuro meditar bien lo que escribo para no contribuir al cochinero de afuera. Pero tanta dedicación al crimen me ha arrojado a cochambrosas delegaciones de policía y, tras años de delinquir, a prisión. La primera fue en octubre de 1998. Por debajo de la puerta me dejaron el supuesto tercer aviso de un citatorio. No dice de qué se trata. Los otros dos avisos nunca llegaron. Hago memoria de mi vida criminal y encuentro que ante uno de los peores problemas de mi vida en 1998 “””cuando se metió una rata a mi casa”””, ni siquiera tenía un cuchillo afilado en mi casa, y que decidí rociar el rincón de la biblioteca, donde se escondió, con un insecticida que no afecta a la capa de ozono, ni a las plantas, ni a los hombres. Mucho menos a los roedores. Pero la rata se salió por su propio esprint por debajo de la puerta, quizás en reconocimiento de mi amabilidad. Crecí en una familia que siempre creyó que, si uno hacía el bien, lo correcto, nada malo le sucedería. La mitología de esa clase media iba desde una vaga idea del karma “””el mal se te regresa””” hasta la confianza en que no existe gente mala, sino sólo personas con miedo. Y mi familia anda por la vida sin meterse con nadie y justificando todo el mal por condiciones económicas, ignorancia, abusos en la infancia, o vil y plena mala pata. Casi siempre esta idea se me había presentado en la vida, como la rata saliendo por sus propias patas. Hasta el día del citatorio. Le hablé al único abogado que conozco, un abogado ambientalista, quien dijo:


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