CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La polarización llegó para quedarse por un largo trecho en la discusión pública. Las tonalidades de grises y el análisis casuístico han cedido su lugar a la proclama político-ideológica, a favor o en contra como consigna. Esta circunstancia ha dejado a la intemperie el argumento y el debate formado e informado.
Es poco menos que imposible poder sostener con elementos extraídos de la realidad que todo está mal o, por el contrario, que no hay una sola falla digna de autocrítica en la gestión gubernamental, tanto en el ámbito federal como en los locales. De entrada, el primer punto de partida, como principio universal, es que no puede haber en ninguna actividad perfección, un quehacer inmaculado que dejaría sin sentido la falibilidad humana.
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